martes, 19 de diciembre de 2006
UN NUEVO PAÍS Y UNA NUEVA POLITICA
La sociedad chilena esta cambiando, algunos de los nuevos fenómenos son la alta expectativa de vida, los nacimientos que apenas alcanzan para renovar la población, una constante corriente migratoria, el individualismo, el poco compromiso y su impacto en el envejecimiento del padrón electoral, un incremento tanto de los años de escolaridad como del ingreso per capita, la autosatisfacción, la hiperconectividad, la perdida de referencias sociales, la legitimación de nuevas y frágiles formas de relaciones afectivas, la coexistencia de una jerarquización social excluyente junto al anhelo de una mayor horizontalidad social, la diversidad, la superficialidad, el inmediatismo.
Los acuerdos sociales que nos permiten convivir han experimentado transformaciones profundas en los últimos 30 años, el sistema político ha aceptado a la democracia como el único mecanismo legitimo de distribución del poder, por su parte el sistema económico ha hecho lo propio con el mercado, como mecanismo para la asignación de los recursos. En ambos mecanismos el concepto clave es la “libertad”, entendida como la posibilidad de elegir entre dos o más opciones, así todo el debate posterior se centrará en los límites de esa libertad o si se prefiere en responder a las preguntas ¿Cuántas alternativas?, ¿qué alternativas?, y , ¿Cuándo elegir?
Como ocurre habitualmente, un concepto poderoso como la libertad es usado ampliamente por los diversos sistemas sociales, teniendo entre algunos de sus efectos: la fragmentación social (tribus urbanas), una cierta desconfianza respecto de las instituciones normativas y una suerte de individualismo apático y hedonista que caracteriza nuestros días.
El ejercicio de una conceptualización de la libertad que tiene como único referente al si mismo y sus deseos, conlleva una progresiva perdida del sentido trascendente de la propia vida, de tal modo que conceptos como patria, heroísmo, autosacrificio, bien común, se van vaciando de contenido, y el debate se llena del término “derechos” entendido como garantías morales/políticas que entrega la sociedad para el ejercicio del rol social personal.
Todo es debatible en este Chile del siglo XXI, la oratoria se ha vuelto el arma social por excelencia, todo es aceptable mientras pueda ser sostenido por un discurso medianamente lógico y comprensible para el ciudadano medio - que por el uso de las encuestas ha venido a convertirse en “la medida de todas las cosas” - la elite se conforma con mantener y acrecentar sus negocios, mantener o acrecentar su poder, y/o mantener o acrecentar su autosatisfacción; pareciera que Chile vive una etapa adolescente de intenso “onanismo social” y que al igual que el Onan biblico, su egoísmo lo ha conducido a ese tipo de muerte colectiva que llamamos soledad.
Conducir esta sociedad que no quiere ser conducida es un desafío importante para los colectivos políticos, implica superar la “adolescencia social” personal que nos impregna, y encontrar un sentido trascendente en la propia vida, recuperar la idea de “una nueva sociedad” o si se prefiere la idea de construir con el esfuerzo personal “la Vía Chilena al Desarrollo”, lo que pasa por explicitar de que desarrollo hablamos – por cierto algo más que la simplificación económica de un ingreso per capita de U$ 10.000 - para luego definir la vía a través de la cual alcanzarlo.
El esfuerzo ideológico inicial es construir un discurso que dote de sentido a la propia acción política, es decir el desarrollo de la metáfora ordenadora que aporta el contexto y el sustento de la estrategia, que por su parte da las bases para las políticas públicas que se deben impulsar e implementar desde los espacios de poder. En este sentido el primer esfuerzo me lleva a tratar de comprender la dinámica política ya no como, la ampliamente superada visión de clases en conflicto, sino más bien la de múltiples tribus (subsistemas sociales con lenguaje común), que pugnan unas con otras por alcanzar recursos de poder escasos, y lo hacen en diversos escenarios, siendo el campo más evidente el de los medios de masas.
En nuestro caso el proceso de construcción del discurso o metáfora común pasa por la respuesta a preguntas tales como: ¿Cuál es el Chile que queremos?, ¿Cuáles son los valores y principios que animan y ordenan las conductas de los futuros chilenos y chilenas?, ¿Cómo deben ser las relaciones sociales?, ¿Cómo nuestras relaciones internacionales?, ¿Cuál es nuestra responsabilidad social?, ¿Cuál es el sentido profundo y trascendente de nuestra nación?, preguntas que debemos responder como parte del proceso de construcción de un camino de maduración social y política.
Nosotros, como persona y como colectivo político, estamos llamados a hacer el lento camino de superación de nuestra propia inmadurez, para constituirnos en una agrupación madura y cohesionada, eso implica entre otras cosas dejar atrás lo que está en el pasado y que no puede ser modificado, optar con decisión firme por un camino y cerrar las opciones alternativas, y disponerse a dar hasta el último aliento en ese esfuerzo, teniendo como única razón el amor a Chile y la esperanza en su futuro.
Dr. Arturo Cárdenas F.
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